martes, 3 de octubre de 2017

Neorrealismo Literario

Literatura Italiana del Neorrealismo
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, el Neorrealismo alcanzó su auge en el año 1945. En plena época de posguerra, este movimiento buscó retratar a la Italia real. La pobreza, la devastación, la lucha y la represión rondaban al pueblo italiano. Ante esta situación, el arte alcanzó una nueva concepción y se volvió del tipo comprometida. Con un mensaje y un propósito claro, se manifestó bajo tres funciones:
  • Ideológica: buscaba transmitir el anti-fascismo y anti-nazismo como sistema de valores.
  • Denuncia: evidenciaba libremente los crímenes cometidos por el gobierno autoritario.
  • Compromiso social: mostraba la decadencia y el estado en el que había quedado la población tras la guerra.
Con el cine como precursor del arte de denuncia, se encuentra la literatura. Esta última, optó por manifestarse en la narrativa, con la novela como mayor exponente. De esta manera, lograban llegar a las masas, y el género les permitía retratar aquella realidad a la perfección.
Aunque la temática de las historias rondaba, generalmente, en los hechos de guerra, la Resistencia y la vida cotidiana, es posible distinguirla en cuatro grupos diferentes:
  • Testimonio de guerra: eran novelas documento de lo ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial. Surgió un fenómeno literario conocido como “testimoni diretti”, ya que muchos de los autores involucrados habían participado del conflicto bélico. Dos autores destacados de este tipo de narrativa fueron Carlo Cassola e Italo Calvino.
  • Narrativa político-social: relacionada con el testimonio de guerra, retrataban las consecuencias del régimen autoritario. Se centraban en los problemas sociales que debían ser solucionados por una nueva política. Algunos escritores renombrados fueron Carlo Cassola y Giorgio Bassani.
  • Novela costumbrista: trabajaba con los problemas cotidianos de la sociedad. Era regionalista, ya que se centraba en distintas partes del pueblo italiano. Buscaba retratar la mentalidad de las diversas sociedades. Aquí se destacan temáticas que afectaban su día a día, como las migraciones internas o la educación sexual. Su mayor exponente fue Alberto Moravia.
  • Novela psicológica: a fines del movimiento, los autores comenzaron a incursionar en el estudio del “yo” separado de “los demás”. En estos casos, el protagonista siempre se encontraba solo y era azotado por el sufrimiento constante. En ella se destaca a Mario Soldati como escritor de esta narrativa.
Para reflejar aquella cruda realidad, los autores seguían el criterio de la verosimilitud en sus obras. En otras palabras, sus personajes, las acciones y reacciones de los mismos, como los lugares donde situaban la historia, debían ser completamente objetivos. Para ello, hacían uso de una descripción detallada que les permitiría lograr en el lector una imagen visual perfecta de lo que relataban. Además, mantenían una línea temporal acorde a la realidad en sus historias. Dejaron de lado las analepsis y prolepsis, y mantuvieron el desarrollo cronológico de las acciones.

Neorrealismo en Latinoamérica
La narrativa latinoamericana también formó parte del neorrealismo, pues presenta las mismas características, pero a partir de otro contexto histórico, social y político.
El neorrealismo surge de dos hechos fundamentales: El fin del súper-regionalismo y el hecho de que el estilo de los regionalistas a principio de siglo no interesa ya a las nuevas generaciones ni les sirve en su búsqueda de una expresión más auténticamente relacionada con el mundo que les preocupa. Esto resulta en un nuevo estilo de escribir novelas que corresponde, en verdad, a un nuevo estilo de vivir.
Este nuevo estilo de novelar comenzó a principios del siglo xx intercalándose con el regionalismo (en la que domina la descripción ambiental), pero se acentúa después de 1930.
La literatura, en este movimiento, perdió su énfasis paisajista; ahora enfoca al hombre no como un elemento decorativo, sino como un ser humano envuelto en toda clase de complejos pasionales. Su vida aparece descrita con un realismo crudo que alude a su vida sexual, económica, social y religiosa.
Dentro del neorrealismo se encuentran dos escenarios, el campo y la ciudad. La novela de campo evoluciona del regionalismo porque busca en zonas del espíritu las raíces de nuestro desconcierto contemporáneo, un tema que comparte con la novela psicológica o social del ambiente urbano.
El novelista reacciona como individuo ante las contradicciones sociales, se responsabiliza personalmente y, antes de buscar la solución hecha de los partidos, quiere arrancarse la verdad desde el fondo de su conciencia.
La gráfica fórmula del viejo realismo debe experimentar un cambio: ya no es la novela un simple espejo que recorre los caminos, es un alma que refleja esos caminos y al reflejarlos absorbe toda la escoria, todo el sufrimiento, la sinrazón y se purga en la confesión desnuda.
El hombre de Latinoamérica ocupa el centro de su atención afanado en definir su individualidad y armonizarla con el mundo que le rodea, dividido en sus relaciones sociales y económicas, buscando la respuesta a su necesidad de organizar la vida sobre bases de justicia social y dignidad humana.
Otro término para definir la narrativa latinoamericana del siglo XX es Mundonovismo, pues se lo conoce como la reivindicación del “Nuevo Mundo”. El término fue acuñado por el escritor chileno Francisco Contreras (1877-1933) para definir el arte que se estaba gestando entonces en Latinoamérica y que puede apreciarse en el trabajo de los siguientes autores:

Exponentes del Neorrealismo en América Latina
Chile: Manuel Rojas (1896-1973) representa el nexo en Chile entre el criollismo y las nuevas formas de novelar. Sus tres obras más importantes, El delincuente (1929), Hijo de ladrón (1951) y Mejor que el vino (1958), se caracterizan por un profundo poder de intuición psicológica y por un estilo poético con el que se aproxima a los últimos fondos de la miseria y los hace relucir en una especie de halo místico.
Uruguay: Enrique Amorim (1900-1960), autor de La carreta (1932), El paisano Aguilar (1934) y El caballo y su sombra (1941), busca la abstracción poética en su propio ser y no la encuentra. En su lugar, descubre a un hombre atado por toda clase de lazos a un falso concepto de civilización que, por rutina, identifica con la vida ciudadana en oposición en oposición a la vida del campo.
Argentina: Ernesto Sábato (1911-2011) comenzó su incursión por zonas oscuras de la conducta del hombre moderno en El túnel (1948), aludiendo a misteriosas culpas y a los impulsos irracionales que lo llevan ineludiblemente a una especie de trampa filosófica.
Paraguay: Augusto Roa Bastos (1917-2005) refleja en su obra el profundo drama social de su país. En su novela Hijo de hombre (1959) despliega los sacrificios de la nación paraguaya en una épica defensa de los valores humanos ante la carga implacable de la explotación económica, los prejuicios sociales y la persecución política que constituyen la marca de los regímenes dictatoriales.
Ecuador: Jorge Icaza (1906-1978) -Huasipungo (1934) y Barro de la sierra (1933), entre otros- habla de la explotación del indio a manos de latifundistas, clérigos, autoridades gubernativas y falsos líderes de extracción popular.
Guatemala: Miguel Ángel Asturias Rosales (1899-1974), ganador del Nobel en 1967, es uno de los autores más influyentes de la literatura hispanoamericana. El Señor Presidente (1946) sirve como testimonio de la vida durante la dictadura de Manuel Estrada Cabrera, describiendo fielmente las consecuencias del régimen, las condiciones de los estratos sociales más bajos y las torturas a las que era sometido quien se atreviese a revelarse. La novela sigue a Miguel Cara de Ángel en un trayecto en el que vemos el destino de simpatizantes y opositores del Sr. Presidente. La acción comienza en el siguiente escenario, en el cual podemos apreciar las principales características del neorrealismo: la crudeza del relato, la descripción fría y la vida del hombre contemporáneo.
…A veces, en lo mejor del sueño, les despertaban los gritos de un idiota que se sentía perdido en la Plaza de Armas. A veces, el sollozar de una ciega que se soñaba cubierta de moscas, colgando de un clavo, como la carne en las carnicerías. A veces, los pasos de una patrulla que a golpes arrastraba a un prisionero político, seguido de mujeres que limpiaban las huellas de sangre con los pañuelos empapados en llanto. A veces, los ronquidos de un valetudinario tiñoso o la respiración de una sordomuda en cinta que lloraba de miedo porque sentía un hijo en las entrañas. Pero el grito del idiota era el más triste. Partía el cielo. Era un grito largo, sonsacado, sin acento humano. 

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